"Hola, gracias y hasta siempre"

Es fin de semana y el contestador está desconectado. Sin embargo, ya que he decidido escuchar historias ajenas para profundizar en las mías, me parece justo que también sea a la inversa. Por ello, he decidido "abrirme en canal" con algo que escribí pero no publiqué, hace un tiempo, para otro blog, y que hoy actualizo con el fin de ayudar a otras personas que estén pasando por una dificultad, similar o completamente diferente a lo que fue la mía. La cosa empezó así...

"Hoy hago balance. Es época de hacerlo". La noche que escribí estas palabras fueron las últimas de un año difícil pero especial para mí. Sin embargo, quiero comenzar este 2015 con una entrada dedicada a explicar mis ausencias en todo este tiempo.

2014 ha supuesto un año de cambio y la consecuencia de otro de lucha interna y profunda. Hablar de él me obliga a remontarme hasta el 2013. Ha sido un tiempo complicado que aún continúa, como para casi todo el mundo. La crisis económica y personal provocaron en mí un bloqueo que impedía que fluyeran las palabras, tal y como lo habían hecho desde el 2008 en este blog, y no tanto porque no quisiera, sino porque no sabía exactamente qué contar.

Cuando desconoces qué ocurre es difícil ponerlo en palabras y eso, en esencia, fue mi recorrido desde octubre del 2012. Dos años después, empecé a intuir que quizás la causa se encontraba en la suma de varios sucesos, los cuales habían acabado por dilapidar lo poco o mucho que sabía de mi misma.

Por si alguno no lo sabe, soy periodista. Tras acabar la carrera, mis últimas practicas en radio me llevaron a cerrar un año intenso de actividad y emociones. El curso 2011-2012 fue mi último quinto año de Universidad y el que me llevó a conocer el caribe mexicano, a abrirme futuros caminos en Internet y a trabajar en lo que consideré mi vocación: la radio.

Fue, además, un año de "últimos momentos" con futuros colegas de trabajo que, tras cinco de recorrido, se habían ganado el título de amigos, además del de periodistas, comunicadores audiovisuales o publicitarios. Me esforcé por lograr un lugar en aquella radio que tantos momentos me estaba regalando y, por primera vez, me visualicé dedicando mi vida a ello.

Nos preocupaba el futuro. Ya se empezaban a oir los ecos de la crisis y, pese a conocer la situación laboral de quienes que ya habían recorrido el camino que -pronto- emprenderíamos, sin pretenderlo, esta promoción -de la que yo formaba parte- no lograba ser consciente de la gravedad de la situación.

Era lógico. Aunque sólo fuera por mágico, ese año te acababa por elevar los píes varios centímetros por encima del suelo. El problema fue que, mientras avanzábamos suspendidos en el aire, el escaso conocimiento sobre lo que la crisis nos traería, nos alejaba cada vez más de él. Tras el final del verano, el golpe fue memorable. A algunos les despertó y, a mi, me dejó en coma.


Los seres humanos asentamos nuestra vida sobre varios pilares. A partir de ellos construimos nuestro equilibrio emocional. En mi caso, esos pilares se llamaban: familia, amigos y universidad/trabajo/rutina. Mientras sólo fallase uno podría sostenerme. Ya había ocurrido anteriormente. Pero cuando dos de ellos se desvanecieron, y el que quedó tenía demasiadas vías de agua por tapar, me hundí como lo hizo el Titanic: sola, en silencio y muerta por congelación.

Sola, porque mis amigos retornaron a sus ciudades de origen. En silencio, porque la presión familiar sobre la búsqueda de un nuevo camino, repleto de puertas cerradas, me impedía contar lo difícil que estaba siendo para mí aceptar el hecho de que, quizás, jamás me dedicaría a lo que amo. Y congelada, porque la conjunción de ambas cosas paralizó cualquier pensamiento positivo y acción que me llevara a avanzar, luchar y recuperarme.

Pero yo no lo sabía. En aquellos momentos encerrada en mi habitación -sólo vistiéndome para no preocupar a nadie- desconocía cuán profunda había sido mi caída. Culpándome porque este no había sido un golpe tan grande como para que no pudiera levantarme por mi misma. Desconcertada porque pese a haberme ganado el poder decidir hacía dónde encaminar ahora mi vida, no veía las opciones, no sabía cómo comenzar y no podía, por tanto, dar respuesta a tantas preguntas... ¡Yo que siempre había sabido buscar una respuesta para cada una de ellas!

Estaba atascada e inmóvil. Ahogada en la ansiedad por la incertidumbre que dominaba aquel escenario. Principalmente el laboral, aunque no era el único. Y todos esos miedos que siempre tuve, tomaron el poder. Me volví cobarde, insegura y negativa y con esos sentimientos empecé a sacarme el carnet de conducir.

No fue un signo de mejoría. Había retrasado tanto el momento, que se estaban agotando los días para poder hacerlo. La excusa me la dio mi hermana quien también había alargado los tiempos demasiado, aunque por otros motivos, y juntas nos prometimos lograrlo.

Por mi parte fue la inercia de la situación, como todo lo que había hecho hasta ese momento. Y así me sentí durante un año: alguien que no tomaba decisiones sino que se "dejaba guiar por la corriente" de las circunstancias, sólo aceptando el avance por 'lo irremediable' de la situación y, en definitiva, no siendo dueña de mi vida.

Pero mis quejas hacia la incertidumbre laboral no iban acompañadas de un espíritu de lucha por salir de ella. No enviaba curriculums ni pensaba en planes alternativos, me limitaba a dormir imaginándome en vidas mejores, situaciones idílicas que, llevadas a la vida real, requerían una voluntad y esfuerzo del que no disponía.

Y así estuve cerca de un año: aletargada. Sin embargo, esta actitud no es inmóvil, según la persona se puede alargar más o menos pero, como muchas cosas en la vida, avanza, cambia y puede llevarte a caminos mucho más oscuros.

Una noche, en una entrevista a Joaquin Sabina por parte de Risto Mejide en su 'Cheester' describió, como sólo él sabe hacerlo, aquello que yo había callado tanto tiempo. Él explicaba el ictus que había padecido y cómo se había recuperado, trayendo consigo una depresión que camuflaba un miedo a una posible recaída: "(...) como no has tomado una decisión de cambiar radicalmente de vida, porque crees que la vida que llevabas tiene una calidad sin la que no podrías seguir viviendo, pues dicen -los que saben- que de ahí vino. Yo no quería morirme, lo que no quería era ver a nadie. No es que no saliera de casa, es que no salía de mi habitación. Me dedicaba a leer y a ver tele basura. Y como vino se fue, pero se queda agazapada. Quien ha tenido uno de esos episodios sabe muy bien que sigues viviendo con un cierto miedo porque de vez en cuando asoma las orejas".

Su situación y miedos nada tienen que ver con la mía. Pero, por primera vez, sentí que alguien llenaba los huecos que había dejado en blanco con palabras que necesitaba escuchar y que -por algún motivo- yo no lograba decir.

No, yo no quería morir pero sí escapar, a veces, de forma física y, otras, sólo mental. Dejar volar mi mente hacia otros mundos, sin aditivos añadidos. Me asusté al verme evaluando las consecuencias, como si no me bastara con saber que aquello no arreglaría nada y que traería más dolor que paz.

Y sí, "como vino se fue". Algo se despertó esa mañana, que pese a ser similar a todas las anteriores, me hizo levantarme e ir al ordenador con un pensamiento: "Si esta vez, por la razón que sea, no puedo sola: buscaré ayuda". Y aceptando mi debilidad fue la primera vez que me sentí fuerte.

2013 fue un año largo repleto de debilidades, temiendo recaídas, desmontando pieza a pieza lo que había estado construyendo 24 años atrás con una psicóloga. Lo que creía saber de mi, lo que espera ser y no era, lo que podía llegar a ser y me aterraba. Todo ello marcado por un acontecimiento que cambió mi vida: un trabajo de cajera sobre el que escribí, sólo como parte de mi terapia.

Fue un tiempo en el que la mayor parte me sentía aterrada, desorientada y vulnerable. Lijé una a una mis capas de protección, las cuales había endurecido desde un mal enfoque sólo para poder avanzar ante las dificultades pasadas. Y empecé a conocerme, aceptarme y quererme.


Ahora las metáforas. Si el 2013 fue el año en el que apareció una montaña gigante repleta de problemas, 2014 fue el año en el que decidí escalarla. 365 días en los que me dediqué a liberarme de esa pesada mochila que nos ponen desde el momento en el que nacemos y que vamos llenando con piedras pintadas de experiencias y sentimientos.

Entendiendo por el camino porqué cargaba con ellas, desde cuándo, qué había obtenido de ellas, cuáles me pertenecían exclusivamente a mi y cuáles me habían impuesto, pero, sobre todo, cuáles merecían la pena conservar.

Tras tomar las decisiones oportunas, llegó el tiempo de pasar a la acción y comenzar a escalar de verdad. Una época de cambios progresivos y tangibles. Y de eso iba este post que comenzaba así...

"Hoy hago balance. Es época de hacerlo. No diré que he vuelto al blog, pero sí que estoy en ello. Ha pasado más tiempo del que me gustaría y ahí está la transformación: cambié el 'debería' por el de 'me gustaría', y no es lo único. Dejé el blog con mucha esperanza, volví a modo de terapia y una pizca de negatividad y, hoy -quizás por ese halo de melancolía que siempre embriaga todo lo que escribo- vuelvo para dar algunas explicaciones". 

2014 ha sido menos de lo deseado y más de lo esperado. El año en el que me he reconciliado conmigo misma. Asumiendo quién soy, conociéndome y aceptando lo que me iba encontrando en el camino. Equivocándome y aprendiendo. Aquél en el que he levantado la cabeza sin que la preocupación por lo que iba a encontrar frente a mi me domine.

Las viejas heridas han comenzado a cicatrizar. He usado este tiempo para ir al centro de ellas -aún si con eso las hacía más grandes- sólo como método para curarlas definitivamente. Me he herido de nuevo, mi orgullo principalmente, y he aprendido de ello, deshaciéndome de los miedos a demasiadas cosas que provocaron dichas cicatrices.

Manejar la soledad, los callejones sin salida, evaluar los daños de las caídas, los errores e, incluso, los fracasos. Conocer las excusas que me pongo, enfrentándolas y comprendiéndolas. Aceptando que no soy de una única forma de ser y que, aún si es diferente, no importa. Que yo tengo mi propio ritmo, mi forma de hacer las cosas, que a menudo 'tengo miedo' y que -normal o no- no es importante porque ya no me domina, pues durante mucho tiempo me negué a aceptar que lo tenía.

Tenia miedo a mi futuro, a la incertidumbre, a no tener la respuesta adecuada, a equivocarme, a las personas, la muerte y el amor. Tengo miedo a muchas cosas y no pasa nada, porque lo importante es saber qué haces con ese miedo y yo, este año, he aprendido a manejarlo, enfrentarlo y a perder contra él un día, sólo para volver a empezar al siguiente. Porque mi recompensa ya no está en el resultado de esa lucha, en si gano o pierdo, si no en todo lo que logro en el proceso.

Este ha sido un año de pasados dolorosos y futuros frustrantes, sin embargo, también es el año en el que he aprendido a querer a mi presente. Por ello, mi 'Hola' para el 2015 es mi 'Gracias' al 2014, un 'Adiós' al 2013 y un 'Nos vemos pronto' para el 2012".

¿Y que pasó dos años después? A mis 28 años no me puedo sentir más orgullosa de ese bagaje que ahora me parece tan corto. 2016 supuso un giro de 360º y no porque laboralmente me fuera mejor. 

Siempre pensé que esos artículos que explican como tener una actitud positiva ante la vida te lleva ver caminos que son invisibles, eran idealistas y, sin embargo, me vi siendo un claro ejemplo de ello. 

Seguí siendo cajera pero disfrutándolo, ascendiendo y, sobre todo, enfocándolo como siempre debió ser: una experiencia de la que aprender y, si así lo deseaba, transitoria. Así fue.

Me ofrecieron un contrato fijo que rechacé, aún sin tener una alternativa a la vista. Me gustaba la gente e incluso el trabajo pero no era lo que quería hacer para el resto de mi vida. Una semana después apareció la oportunidad de volver a aquella radio que tantos buenos momentos me había ofrecido y que tanto había idealizado. Lo hice bajo la premisa de sumar nuevas responsabilidades y fue curioso ver como aquello que tanto había anhelado ya no me llenaba como antes. Y es que la vida se compone de momentos irrepetibles, he ahí su magia.

Se acabó mi contrato con ella y surgieron nuevos caminos profesionales ligados a Internet. De repente, me convertí en empresaria, autónoma, freelance. Escribiendo artículos para una agencia de comunicación especializada en empresas.

Os imagináis, yo, que había cursado Latín y Griego para huir de los números, ¿haciendo facturas? ¿hablando de economía y empleo? Pues lo hice. Un curso de contabilidad (que 'inicie' en 2013 y jamás terminé) después, ya era autónoma. 

Y me volvieron a llamar de la radio y rechacé ese sueño porque creía en uno nuevo, aún sin saber cuánto duraría.

¿Lo notas? ¡Que ganas tenía de verte 201...!

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