"Cuestión de orgullo"

Rescatando de mi memoria algunos momentos de mi historia, os cuento algo que, espero, aliente a todos aquellos que se encuentren trabajando en algo que no esperaban, que no les satisface y al que no ven el lado positivo. Hace cuatro años estaba en un momento muy distinto al de ahora. Y escribí esto, para otro blog, ahora desaparecido, a modo de terapia.

Hace casi dos años que no escribía y me pesan las palabras...

Me gustaría poder narrar mil y una aventuras pero lo único que he hecho en éste tiempo ha sido sobrevivir, y hasta eso me suena a excusa. Pero más allá de querer ahondar en una etapa de oscurantismo y decepción con la vida, la vida real, mi vida actual -que, de seguro lo haré, algún día, pronto espero, como síntoma de avance de un proceso complicado- hoy tengo una misión que no se bien cómo empezar. Tal vez porque nace más de una 'necesidad' que de un 'querer': la de liberarme de algunos complejos.

Cuando terminé la carrera lo hice llena de proyectos y casi ninguna esperanza, o eso creía. Me mantenía en la idea de 'estar preparada para el golpe'. Al fin y al cabo había estado codo con codo con la misma información que hacía añicos mis planes: la crisis. Creía conocer cual era la realidad, puesto que la había retratado, contabilizado e interpretado hasta dulcificarla en mil titulares diferentes y bajo distintos estandartes.

Conocía los datos, algunos casos -siempre los más dramáticos y los más solidarios- pero, en realidad, no sabía nada. La vida volvía a superar a la ficción. La misma ficción que yo había contribuido a crear meses antes, a través de un trabajo que, no obstante, me hacía realmente feliz. Y tras tres meses de bagaje emocional, una "oportunidad" sentenció mi camino: un nuevo trabajo.

Porque sí, soy una de esas personas a las que llaman 'afortunadas' por tener uno. Una de esas que -según dicen- deben sentirse 'agradecidas,' con frases del tipo "mejor eso, que estar parada". Unas expresiones con las que se empezaron a llenar algunas bocas de mi entorno.

Lo cierto es que esperaba mucho ese tipo de 'engaños': el lado optimista de mi tragedia profesional. Sin embargo, me topé con dos comentarios que no sólo no ayudaban a cubrir las heridas de mi orgullo, sino que las rasgaban como nunca, jamás, nadie lo hizo. Sin ningún atisbo de maldad por quienes las soltaron sin pensar, de sus labios se desprendieron los mismos pensamientos que, noche tras noche, me mantenían en vela: "Cinco años de carrera para acabar siendo cajera" o "yo pensaba que tú lo conseguirías...". Si, yo también.


Soy cajera de Carrefour. Una sencilla frase que me ha costado soltar tras cinco párrafos y demasiadas justificaciones. "No, es temporal", "no, es por dinero" y "si, al menos tengo trabajo" son sólo algunas de las excusas que han servido de parapeto para el profundo linchamiento que ha sufrido mi alta consideración, mi orgullo, mis miedos hechos realidad: el fracaso en forma de uniforme azul y jornada partida.

Yo, quien había colmado sus expectativas en la élite periodística, la misma que había trabajado en un nivel profesional para el que se había estado preparando, y que había alardeado de sus triunfos exclusivistas a golpe de acreditación, ahora, vestía un polo azul con una leyenda a su espalda que decía "siempre a su servicio". Y así me sentí durante meses: 'arrodillada' al final de una extensa cadena y encerrada en demasiados 'los sientos y gracias'.

Fue entonces -y sólo después de desterrar mi ego- cuando saqué la cabeza de mi propio ombligo y bebí de la realidad: yo no era humilde. Ser cajera era un trabajo muy digno que desempeñaban otros. Yo no. Yo valía más. Pero más que ¿quién? Las mismas que me mostraron que un 'perdón' no era signo de debilidad, sino de astucia. Las mismas que noche tras noche permanecieron a mi lado y que, cargadas de sacos de infinita paciencia, me salvaron de mis errores de principiante. Sin juicios ni recompensas. Y comencé a digerir esa realidad...

Me di cuenta de la burbuja que había creado hasta entonces, de la importancia de esas personas que permanecen transparentes a nuestros problemas cotidianos, aquellos que no nos permiten ver que si obtenemos lo que necesitamos es porque alguien nos los sirve. Y lo hace escuchando nuestros ruegos y preguntas, quejas y sugerencias... siempre, bajo una sonrisa pintada de comprensión. 

Noté que mi perspectiva cambiaba y me vi compadeciendo el mal humor de quienes se quedan hasta las once de la noche para el cierre o agradeciendo la sonrisa de quien da los buenos días a las nueve de la mañana. El mundo ya no era lo que había sido. Ahora un anuncio de Mc Donals publicitando sus 24 horas pasaba, de un lugar más donde acudir tras una fiesta, a compasión por quienes debían aguantar a los cuatro borrachos de turno. De repente, una silla cobraba importancia, en comparación con otras cajeras de Mercadona o Consum. ¡Qué afortunada era por tener un lugar en el que poder reposar!, pensaba con algo de sarcasmo... y lo era. 

Poco a poco ese pequeño habitáculo pasó de ser 'la caja de cobro' a 'mi caja' y ¡pobre de aquel que llegara para desordenarme los papeles! Descubrí detalles como los primeros y últimos de mes. Gané en paciencia ante las egoístas reacciones de los ignorantes clientes y fui testigo de la humildad de unos, siendo pagada con desprecio por los 'tiempos de espera' de otros. Vi la soledad de algunos mayores, ávidos por un poco de conversación, y la vergüenza por quienes compran preservativos, que no distingue edades, o la dignidad de los humildes, quienes siempre supieron agradecer una despedida repetitiva que, sin embargo, llenaba su propio vacío al no discriminar ente el billete de 500 euros y un vaso de plástico lleno de monedas. Nunca un "gracias y hasta pronto" supo tan bien. 

El dinero perdía su valor monetario para trascender en algo más. Los billetes de una pensión pasaba a manos de una pareja joven con dos niños a través de quienes yo había menospreciado meses antes. Con la misma inconsciencia con la que había sorprendido a una mujer tras verme mantener una conversación con un turista-cliente inglés. Y es que yo estaba, en principio, por debajo de la media para esa señora. Sin embargo, ahora creo que estoy muy por encima de ella.

Mi orgullo no ha vuelto, aún está de vacaciones, pero de vez en cuando me visita al verme resolver problemas, al facilitarle a algún cliente la comprensión de unas instrucciones, a los sinceros agradecimientos de quienes no hablan español al ser entendidos, al ayudar a quiénes -como yo-comienzan en éste difícil mundo detrás de una caja de cobro. Mi orgullo aún no regresa -digo- pero cuando lo hace, ésta vez, me sonríe sin quejas.

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